El pasado 19 de febrero tuvo lugar, en la Cámara de Comercio de Alcalá de Henares, una conferencia-debate titulada: "Universidad: Encrucijada 2001". Como anunciamos oportunamente en la portada de VA22, la tertulia mensual de GRUA se sustituyó por este acto, abierto al público en general. En él intervinieron nuestros compañeros Julio Gutiérrez y José Morilla, (este último ratificó su intención de presentarse a las próximas elecciones a rector). Reproducimos a continuación el texto de las intervenciones de ambos conferenciantes. Universidad de Alcalá: Encrucijada 2001 (Julio Gutiérrez Muñoz) La Universidad: horizonte 2001 (José Morilla Critz) UNIVERSIDAD de ALCALÁ: ENCRUCIJADA 2001Julio Gutiérrez Muñoz. Catedrático del Departamento de Física de la Universidad de Alcalá Si cuando iniciamos un nuevo año, siempre nos proponemos cambiar aquellas cosas de nuestra vida que nos resultan incómodas ("Año Nuevo, Vida Nueva"), tanto más cuando cambiamos de siglo o de milenio. Ciertamente esas modificaciones las podemos realizar en una época cualquiera del año, pero parece que el ser humano se empeña en encontrar un pretexto en el calendario para realizar ese esfuerzo necesario para propiciar cualquier cambio. Parece entonces evidente que tenemos la ocasión más idónea para afrontar una nueva etapa en algo tan serio como es la idea de Universidad y que, para muchos de los presentes, representa su profesión, su dedicación por encima del deber establecido; y para todos significa una de las instituciones con influencia más decisiva en sus propias existencias. Es hora de hacer ese esfuerzo suplementario que coloque a la Universidad de Alcalá en la línea de salida de los tiempos futuros. Es harto difícil, en el corto espacio de tiempo de que dispongo, ni siquiera si estuviera hablando horas, plantear los problemas que más nos preocupan y que requieren soluciones más inmediatas. Sin embargo, voy a intentar, en estos diez minutos, hacer un apunte histórico que nos sitúe en las condiciones actuales de la universidad española en general, ya que son condicionantes directos de la situación de nuestra propia Universidad, sin olvidar, por supuesto, nuestro presente particular, nuestras propias contradicciones, desviaciones y circunstancias. Puede parecerles por mi parte una osadía, ya que el historiador es aquí José Morilla, pero espero que él haga justamente lo contrario y nos indique las soluciones a los problemas que yo intentaré plantear. Sin duda alguna, el último medio siglo ha sido determinante para la vida de la institución universitaria. Se han hecho innovaciones muy acertadas y otras, demasiadas, que nos han llevado al borde de un corredor oscuro y sin retorno. A partir de los años cincuenta, la universidad española empezó a resurgir tras el parón que supuso la Guerra Civil y la emigración de muy buena parte del mejor profesorado de la época. El inicio de la apertura hacia el exterior, permitió que muchos profesionales se formaran en el extranjero y volvieran a España con nuevas ideas, nuevas tendencias y nuevas tecnologías. Poco a poco, muy lentamente, bien es verdad, se fueron incorporando al tejido universitario y devolviendo a la universidad su esencia. Recuerdo con gran ilusión y nostalgia mi ingreso como estudiante, allá mediados los sesenta en la institución por excelencia, aquella que representaba la cuna del saber, la cuna de las nuevas ideas, algunas auténticamente revolucionarias, la cuna del progreso y la fuente de profesionales que harían mejorar nuestro país. Quedaban rémoras del pasado reciente, pero poco a poco iban desapareciendo. Como en toda labor humana se avanzaba con dos pasos adelante y uno atrás. Así el expediente de Aranguren, Calvo y Tierno fue precisamente el detonante de una toma de conciencia por parte de los universitarios de que había que trabajar más y mejor si no se quería perder el rumbo. Ciertamente que en otros países sucedía algo parecido, era el signo de los tiempos. Parecía, sin lugar a dudas, que la Universidad resurgía por fin del letargo y en España íbamos a ser capaces de ponernos a la altura de nuestros vecinos. Se dio un vuelco sustancial a la enseñanza universitaria y se prepararon los cambios profundos en su estructura de gobierno para propiciar el abandono de esquemas y estereotipos anquilosados y anacrónicos. Junto con los nuevos y grandes avances tecnológicos (habíamos entrado en una nueva era, en una nueva y auténtica revolución industrial, con la aparición de dispositivos que en breve iban a cambiar el mundo entero), había nacido una nueva generación española de profesionales de la enseñanza y la investigación que podían hacer posible ese nuevo "Renacimiento". Todo estaba pues dispuesto para la andadura hacia un futuro prometedor. Sin embargo, no contábamos con dos factores de gran influencia. Por un lado, las cortas miras de los políticos de turno, que tradicionalmente, en nuestro país, han vivido de espaldas a la universidad y a la realidad científica y educacional del momento. Por otro lado, la propia idiosincrasia del español que, acarreando envidias, rencillas personales y ambiciones sin medida, supuso un freno al desarrollo que se había desatado. Por fin la universidad se abría a todos, y no era un reducto de privilegiados con posibles económicos pero, paralelamente, se produjo una gran masificación que hacía peligrar el futuro todavía incierto. La institución universitaria, transportando aún rémoras del pasado, no supo hacer frente al problema y, como sucede a menudo en España, sólo se le pusieron parches. Otros países supieron entender y vertebrar el acceso a la educación superior de forma no traumática y con gran acierto. Paralelamente a las reformas de la universidad, pusieron en marcha una buena enseñanza profesional. Aceptaron que de la masificación se derivaba una necesidad consistente bajar el nivel de los requerimientos para el ingreso en la enseñanza universitaria y, sin que hubiera conflictos aparentes, dieron por supuesto que habría enseñanzas profesionales en el propio seno de la universidad, a la vez que se aumentaba la calidad de los estudios conducentes a la formación de buenos investigadores y docentes del mañana. Nacieron así nuevas universidades, que junto con alguna de las antiguas, no tenían por qué ser extraordinariamente competitivas en el mundo científico, pero que daban una docencia de calidad. A otras les iba a corresponder el papel de servir de referencia mundial. Pero es más, no todas las universidades eran buenas en todo, se dio una cierta especialización, de forma que se pudo reunir en grupos más o menos grandes, a los mejores profesionales. Ello, unido a una gran movilidad del estudiantado, a base de becas y créditos, hizo posible el seguir estando en la cresta de la ola, garantizando la calidad y la preparación de los estudiantes. En nuestro país, en parte por el retraso acumulado respecto del entorno, todavía hoy visible, y en parte por los factores que antes he mencionado, no supimos hacer algo parecido. Quisimos copiar, bien es verdad, pero copiamos mal y, por si fuera poco, sin poner encima de la mesa los presupuestos necesarios para llevar a cabo las reformas. Para empezar, todas las universidades españolas habían de ser buenas en todo y, para evitar gastos derivados de la movilidad de los estudiantes, debían satisfacer las necesidades de la población del entorno al completo. Toda universidad que se precie en España ha de impartir todas las titulaciones habidas y por imaginar, con el gran gasto que eso conlleva, si se quiere tener un profesorado y unas instalaciones de calidad. Resultado: Profesorado a medio formar, o sin formar en absoluto, e instalaciones y presupuestos docentes y de investigación que recuerdan demasiado "al quiero y no puedo". Es precisamente en medio de este contexto cuando renace la Universidad de Alcalá de Henares. Tenía dos ventajas de partida: es una de las primeras en aparecer en medio de la masificación y, desde su recreación hasta la proliferación de las universidades por toda comarca un poco poblada del país, pasaron muchos años, los suficientes como para haber hecho posible un modelo parecido al que se estaba extendiendo por Europa. Evidentemente, la mayor dificultad que debía afrontar era la escasez de medios económicos que los poderes públicos, pese a su obligación moral, no ponían a disposición de las universidades, pero la comunidad universitaria, se supone, tiene imaginación suficiente para paliar esas penurias con ideas y dedicación En pleno proceso de crecimiento de la Universidad de Alcalá, con dos primeros rectores que no habían sabido encontrar su verdadera identidad como institución dedicada a la enseñanza superior, surge en 1983 la Ley de Reforma Universitaria (LRU), con todos los defectos que le podamos achacar, pero que suponía un punto de partida, con el aditivo de la autonomía universitaria, para que cada universidad se hiciera a ella misma y programara su futuro. Alcalá contaba entonces con menos de 5.000 estudiantes y un profesorado escaso, pero bien preparado e ilusionado en su mayoría, además de un personal de administración y servicios, que si bien era todavía más escaso, estaba lleno de deseos de ayudar. Teníamos, por tanto, todos los ingredientes para cocinar un buen banquete y ponernos a la cabeza de las mejores universidades del país. Así lo pretendía el primer programa electoral que el actual rector, Manuel Gala, presentó la comunidad alcalaína en los comienzos de 1984. Una universidad pequeña, de calidad, dedicada a su entorno, pero sólo en aquellos aspectos que le supusieran un beneficio evidente. El propio programa hablaba de la importancia de los órganos que componían la estructura de gobierno y hacía énfasis en el dinamismo de los mismos, como única solución para crear una universidad de futuro, ¡hasta pretendió crear un vicerrectorado de relaciones con el Claustro! Recuerdo que, por aquellos días, en una visita a la Universidad de Niza, con motivo de un congreso científico, tuve ocasión de hablar largamente con su rector, quien se maravillaba de la buena disposición de la Universidad de Alcalá para entrar en el grupo de las mejores europeas. Me dio un consejo: "No permitáis que el número de alumnos supere los 10.000 o habréis perdido una oportunidad de oro". En un principio, el periodo de Gala como rector parecía responder a las expectativas de los que pusimos en él, y su equipo, todas las esperanzas. Se consolidó al profesorado todavía interino, se aumentó considerablemente el contingente del personal de administración y servicios, se firmó un convenio que suponía la recuperación del patrimonio histórico artístico de Alcalá para uso universitario, y se inauguraron nuevos edificios en el campus y en la ciudad, que permitían cierto desahogo para las labores docentes, investigadoras y de gestión. Además, el número de alumnos creció muy lentamente y procurando que los estudios establecidos ganaran en calidad y eficacia. Sin embargo, pronto nos dimos cuenta de que no íbamos por el buen camino. Las perspectivas políticas de Manuel Gala a nivel nacional se iban derrumbando una tras otra. Su ansiado puesto en el gobierno de la nación no llegaba nunca. Empezamos a sospechar que su única idea remanente era perpetuarse en el cargo, como así ha sucedido, usando todo el armamento que estuviera a su alcance. Para conseguirlo, tenía que empezar con alentar las ambiciones personales de parte de la comunidad universitaria alcalaína. Ello proporcionaba un colectivo de votantes, lo suficientemente numeroso, como para no tener problemas a la hora de conseguir una mayoría favorable en el Claustro que, como ustedes saben, lo forman quinientas personas y es el órgano que en definitiva elige rector. Los que inicialmente apoyaron su candidatura empezaron a apartarse y fue la oposición de comienzo la que apretó filas en torno a Gala. Llegó la década de los noventa y nos encontramos con un panorama descorazonador. Las ideas fundamentales, que suponían un lanzamiento de la Universidad de Alcalá a los primeros puestos del ranking europeo, habían desaparecido como por ensalmo. La calidad en la docencia y la investigación habían pasado a un segundo plano, frente a las ansias inmobiliarias del nuevo equipo de gobierno universitario. Es cierto que la calidad en las dos tareas fundamentales de la universidad no da para salir en los periódicos, pero aquello se había convertido además en un juego casi enfermizo. Como es natural, no había fondos para esas veleidades y había que aumentar el número de alumnos y, como no, el de titulaciones, para las que no estábamos preparados. Con la coartada de que suponían coste cero, se abrieron un sinfín de nuevos estudios para los que se carecía de profesorado. Las necesidades docentes se fueron paliando con la contratación, fuera incluso de los márgenes permitidos por la propia LRU, de profesores sin formación e incluso sin titulación adecuada. Y lo que es peor, a fin de conseguir la consecución de ese proyecto que yo califico de antiuniversitario, se vació de contenido a los órganos de gobierno universitarios, empezando por el Claustro y terminando por la Junta de Gobierno. Una de las mejores formas de tener atado y bien atado el sistema consistió en la creación del Consejo de Estudiantes, órgano que no sólo no encauza los movimientos reivindicativos estudiantiles, sino que más bien los controla y elimina. De esa forma y con la connivencia del Consejo Social, se desarrollaron todo tipo de proyectos ajenos a los fines universitarios. Claro está, la contratación de nuevo profesorado, por muy poco preparado que estuviera, más el gasto de los megaloproyectos inmobiliarios, provocó déficit presupuestarios anuales, progresivamente acumulados en una deuda, que hoy se reconoce oficialmente en seis mil millones, y que yo aseguraría se cifra en cerca de diez mil. Todo ello, unido a una Junta de Gobierno que no puso jamás freno a todas estas desviaciones, nos ha colocado en las puertas del siglo veintiuno con una Universidad de Alcalá que, sin casi darse cuenta, es en estos momentos una universidad de tercera categoría. El entramado económico, corregido y aumentado con la creación de diversas empresas anónimas y limitadas, amén de la Fundación General, que controlan la mayoría de los posibles beneficios que pudieran revertir a la propia Universidad de Alcalá, junto con las servidumbres electorales creadas en estos años, hacen prácticamente inviable una reconducción, por las vías de la calidad y el prestigio docente e investigador, sin traumas. Resumiendo. Tenemos una Universidad desvertebrada desde el punto de vista institucional, por práctico desmantelamiento de sus órganos de gobierno. Una deuda acumulada de más de la mitad del propio presupuesto anual. Una proliferación de titulaciones, muchas de ellas con una pésima estructuración de sus planes de estudios, sin profesorado cualificado que los imparta. Esa misma proliferación, en muchos de los casos, va dirigida a satisfacer las necesidades personales de algunos miembros de la comunidad universitaria alcalaína, sin que se cuente siquiera con la bendición del Consejo Social. Un gran número de alumnos, que en los próximos años descenderá estrepitosamente en beneficio de las otras universidades madrileñas, al no haber optado por la calidad. Un Personal de Administración y Servicios y un Profesorado descontentos por la falta de una política, por mínima que sea, de promoción y reconocimiento de su trabajo. Una gran cantidad de estudios propios que permite a muchos profesores paliar el bajo sueldo docente a base de repetir, en cursos totalmente pagados por los alumnos, lo mismo que explican, o deberían explicar, en los cursos reglados. Una Universidad que sigue empeñada en proyectos arquitectónicos, como el famoso invernadero o la pérgola, y que en ello gasta esfuerzos no sólo de gestión, sin que sirvan para nada útil, ni sean estéticamente tolerables. Cuando hace tres años yo mismo planteé en las elecciones a rector un programa que pretendía recuperar la verdadera identidad universitaria de la Institución alcalaína, el mayor reproche que el equipo y los seguidores del rector Gala me hicieron fue el de que ese era otro modelo de universidad que no coincidía en absoluto con el suyo. Efectivamente, ese es el modelo de universidad que a mí me gustaría recuperar. Por diversas razones, he renunciado a un nuevo intento de implantarlo, enfrentándome a unas elecciones duras y costosas, sobre todo desde el punto de vista personal. Por ello, me gustaría que alguno de mis compañeros, como el propio José Morilla que participó de ese entusiasmo inicial en 1984, y también ha participado de esa desilusión final de la década de los noventa, recogiera la antorcha de la vivificación, e hiciera posible el cambio necesario para afrontar un futuro renovador en este siglo XXI que comenzamos. Para terminar, permítanme comentar que a mí me hubiera gustado titular este debate: "Universidad 2001: una odisea galáctica". Gracias. Volver al principio del texto Volver al principio de la páginaLa Universidad: horizonte 2001José Morilla Critz. Catedrático de Historia Económica. Universidad de Alcalá. Propiciar este acto y este debate era una obligación moral de todas las personas conscientes de la importancia que la situación de la Universidad de Alcalá tiene hoy para los que trabajamos en ella y para los ciudadanos de Alcalá y del Corredor en general, en los que esta institución es cada día más determinante de su vida y su desarrollo. Una situación, verdaderamente atípica y degenerada de lo que es la vida de las instituciones dedicadas a la actividad intelectual, ha llevado a que en nuestra Universidad se mantenga casi diecisiete años y con la previsión de cumplir dieciocho, la misma dirección, la misma persona y los mismos procedimientos, sobreviviendo con las tácticas típicas de los sistemas democráticos degenerados por la falta de renovación: redes de dependencia, favores y control, que crean una ilusión de consenso cuando, en la realidad, no hay nada más que miedo, inseguridad, control del disenso y escarmiento para los que no jueguen el juego, lo denuncien o protesten. Esto es perfectamente visible y comprensible para los de dentro y se expresa, para los de fuera, en la mediocridad de los resultados, la manifestación creciente de conflictos y la imagen exclusiva de "colorín colorado" del Rectorado sin contenido ni estrategia consecuente con un tiempo muy distinto social, demográfica y económicamente al de hace veinte años. Los tres grandes retos que tiene la Universidad de Alcalá tiene en estos en estos momentos, son los siguientes:
Reconstrucción del funcionamiento institucional Hay que terminar con el gobierno de la picaresca y el disimulo de la
administración actual y restaurar el funcionamiento honesto y franco de todos los
órganos de gobierno y representación de la Universidad, con el convenciendo de que, a
pesar de los fallos que pueda tener la estructura estatutaria, ésta tiene una coherencia
de gobierno cooperativo y, aceptándolo así, es como se puede sacar el mejor partido de
ella. Con sus hipotecas, su potencialidad resulta cuando hay un espíritu de
identificación de todos los que la formamos con las posibilidades y problemas de la
institución, porque se compruebe que hay respeto a la ley, a los acuerdos a los que se
llega entre todos y a los órganos en los que, participamos. En suma hay que RESTABLECER
EL ESTADO DE DERECHO EN LA UNIVERSIDAD y el juego honesto del Rectorado con los órganos y
procedimientos de nuestra institución. Por poner un ejemplo un ejemplo: hay que desterrar
actitudes como la de una reciente Junta de Gobierno en la que el Rectorado fue capaz de
declarar abiertamente que En este momento es de especial significación y oportunidad decir que hay que recuperar la función y dignidad de nuestro órgano máximo: el Claustro. Este está convertido, por esa acción irregular de gobierno, en un una sombra desprestigiada porque se le reúne sólo, in extremis, una vez al año para "sugerir" cambios a los presupuestos y ser sometido a una batería de aprobaciones de asuntos de trámite. Es falso que el Claustro no pueda ser efectivo. El Rectorado está obligado por nuestros moralmente y por nuestros Estatutos a hacerlo efectivo. Se le hace efectivo. Y esto se consigue reuniéndolo para DEBATIR SOBRE LA UNIVERSIDAD y dotándolo de medios de funcionamiento práctico, como comisiones de trabajo. Más bien se trata de creer o no creer en la ley de la que dimana nuestra legitimidad, en la que siempre un órgano como el Rectorado, cuya legitimidad deriva de esa ley, tiene forzosamente que creer. ¿Cómo superaremos esta deslegitimización y desmoralización interna de la Universidad?. Aunque parezca extraño, consiste en un problema intelectual. Se trata de entender qué es lo que pasa y, por tanto, que la verdad nos haga reaccionar a tiempo contra los hechos consumados en los que se nos está metiendo: Se está vaciando de contenido a los órganos, instancias, unidades, de la Universidad, a la par que crece un conglomerado de poderes de hecho, de dependencias económicas y personales. De forma idéntica a lo que ocurrió en os sistemas políticos totalitarios con el llamado "partido único", que sustituía, controlaba, paralizaba y sometía a las instancias legales del estado, aquí, ese conglomerado, conectado con la gestión de la Universidad a través del control de los niveles altos de aquélla, ESTA VACIANDO DE CONTENIDO A LAS UNIDADES Y ÓRGANOS DE GESTIÓN Y REPRESENTACIÓN DE LA UNIVERSIDAD. Así, al faltarles a éstas progresivamente los elementos esenciales para su funcionamiento eficiente, se confirma aparentemente su ineficiencia y se desmoraliza al personal con la duda sobre las posibilidades de excelencia de la institución. Hay, por tanto, QUE TERMINAR CON LA SITUACIÓN DE UN RECTOR CON UN PERSISTENTE DISCURSO DE DESMORALIZACIÓN DE LOS SERVIDORES DE LA UNIVERSIDAD y hay que restablecer la confianza entre todos, porque esa es la fuerza de la institución para encarar un futuro de modernización, eficacia y excelencia. Pero, como he dicho, hay que comprender lo que está pasando y desentrañarlo, y para ello necesitamos facilitar el debate, por lo pronto eligiendo un Claustro unidos todos los que, genéricamente, queremos el cambio, para poder designar una Mesa que no se amilane o entregue al Rector. Empezaremos así la RECONSTRUCCIÓN DE NUESTRA INSTITUCIÓN, NUESTROS ÓRGANOS DE REPRESENTACIÓN, DE NEGOCIACIÓN Y DE DEBATE. Una vez dado el primer paso, al frente de esta reconstrucción tiene que ponerse un grupo nuevo el Rectorado dispuesto a liderar la Universidad y quemarse en la tarea, con tiempo estatutariamente limitado Ser capaces de poner en marcha una planificación estratégica ambiciosa, pero real, ajustada a nuestras ventajas, medio geográfico y oportunidades. Se han acabado los tiempos de eludir el objetivo de buscar la CALIDAD
escudándonos en la falta de medios y el talismán de la masificación irremisible. De
hecho, esta va quedando, en los casos que persiste, en resultados de una deficiente
distribución de los recursos espaciales y humanos dentro de cada universidad. Un ejemplo
significativo: nuestros problemas no son tan diferentes como el que hace tres años
observaba en una Universidad nada sospechosa de estos males, Berkeley (USA) en la que los
dos primeros cursos de Antropología tenían clases de 200 alumnos: sus profesores
protestaban, pero al Presidente de Globalmente, por el contrario, nos estamos empezando a enfrentar ya al caso contrario: TENEMOS QUE BUSCAR ALUMNOS, COMPETIR POR ELLOS, OFRECER ATRACTIVAMENTE, ESCOGER LO QUE PODEMOS OFRECER... y, en consecuencia, TENDREMOS QUE ASIGNAR NUESTROS RECURSOS EN FUNCIÓN DE NUESTRAS POTENCIALIDADES, VENTAJAS Y OPORTUNIDADES. Y va a ocurrir que, progresivamente, los medios públicos y privados los vamos a obtener en función de nuestras correctas elecciones. Descubrir estas es lo que los técnicos llaman "Planificación estratégica", de la que hay numerosos estudios para varias universidades españolas y de la que, precisamente la nuestra carece, a pesar de la admonitoria homilía anual del Rector Gala en cada inauguración de curso, echando la culpa de las "rigideces" y dificultades de elección a la Universidad tal cual es. Las consecuencias de la dejación de tal elección las empezamos a ver aquí: Se han abierto centros en los que no se ha matriculado nadie y han debido suspender sus clases previstas, hay centros recientes con escuálidas cohortes de alumnos y tenemos un alumnado que, progresivamente, va quedando reducido al de nuestro entorno más cercano a pesar de que, ante la abundancia de plazas, podrían libremente venir de otros lugares también. Escoger es difícil y duro, por supuesto. Pero hay dos claves para empezar a guiarnos:
La actitud de tirar balones fuera, culpar a las circunstancias y aprovechar arteramente la situación para deslegitimar a la Universidad pública, como mínimo no sirve para nada y nos está hacer perder un tiempo que no tenemos. La única actitud legítima, moral, honrada y práctica de las autoridades de una institución pública es la de afrontar el reto, informar y CONSENSUAR DENTRO DE LA INSTITUCIÓN un plan de adaptación a las nuevas circunstancias, descubrimiento de nuestras potencialidades y de paulatina (insisto en paulatina) especialización, según nuestras ventajas comparativas en la zona en la que estamos. Afirmo la capacidad de la institución de hacer ésto con sus medios de toma de decisiones a pleno rendimiento, pero con sacrificio, con toda seguridad, de las personas que tomemos en nuestras manos esa tarea, en lugar de pretender vivir permanentemente usufructuando los cargos montados en la cresta de la ola de un tiempo ya imposible. Es el tiempo del rigor y no de la imagen, de hacer producir a los cargos y no consumirlos. Así no vaciaremos a la institución ni económica ni académicamente. Tenemos ya la experiencia de algunas universidades españolas que están en la mente de todos que son, por sí mismas, ejemplo de lo erróneo del pesimismo axiomático sobre la universidad pública española. Así la" calidad" no será un término retórico ni una añagaza para declarar el fracaso de la universidad, sino un objetivo de un plan concreto de estrategia. Concentrar prioritariamente los esfuerzos humanos, de gestión y económicos en el contenido de la Universidad y su función. Hace varios años, José Ramón Lasuén llamó el "mal de la piedra" a la tendencia en la política universitaria española a otorgar mayores presupuestos a los edificios que a los equipos. Todo economista sabe que eso es propio de los países subdesarrollados, pues un esfuerzo puntual es algo que está al alcance de todos, ya sea sometiendo a un sufrimiento excepcional durante un tiempo a sus pobres ciudadanos, ya sea pidiendo prestado. Lo difícil es el flujo continuo de fondos y esfuerzos que sea capaz de mantener la instalación y la actividad para la que la infraestructura se ha hecho. Suelo proponer a mis alumnos que piensen sobre lo extraordinariamente complejo que es que podamos comer todos los días, que haya cosas en las tiendas, que haya dinero en los cajeros, que se nos paguen los sueldos, que los hospitales abran, que haya sangre en ellos... en fin que vivamos. Sólo un reducidísimo grupo de naciones hemos conseguido que esto parezca "derecho" y una especie de "aire" que respiramos. Bueno, pues, en cierta manera, todo eso son GASTOS DE MANTENIMIENTO y para poderlos cubrir se necesita un flujo permanente de personas preparadas y recursos. Si no los hay, todos esos edificios, carreteras, puentes, arcos de triunfo, máquinas etc. a cuya apertura o puesta en funcionamiento asistió el jerifalte de turno con banda, música y cañonazos de salva, en dos años son nidos de gatos y ratas. Y a empezar de nuevo. Esa es la diferencia entre desarrollo y subdesarrollo. En instituciones sabiamente gobernadas de nuestro afortunado mundo desarrollado, ya sean públicas o privadas, HAY UN TIEMPO PARA CADA COSA y el megalómano constructor compulsivo es un residuo del pasado pobre. Siempre hay que invertir en "contenedores" y en "contenido", pero las empresas responsables y prudentes saben que tienen que sacar partido a sus instalaciones (gastos fijos) después de haber hecho un esfuerzo, a través de gastar en productos, personal, organización, formación, etc., manteniendo aquéllas el mayor tiempo y lo mejor posible. Os habla el autor del famoso "Plan multidepartamental para la infraestructura universitaria y equipamiento cultural de la ciudad" (el famoso Convenio de Alcalá), es decir, creo que nadie podrá decir que yo precisamente soy contrario a la política rehabilitadora de la Universidad de Alcalá: sería una estúpida ironía. Pero con la autoridad que me da esta circunstancia, os digo que no es esa ya EN ESTOS MOMENTOS la actividad que debe de ocupar abrumadoramente el tiempo y las energías del Rectorado de la Universidad. Y digo tiempo y energías, no dinero, porque el dinero es función de aquéllas: se consigue para ésto o aquéllo, según que los esfuerzos se orienten a ésto o a áquello. EN ESTOS MOMENTOS no debe de ser el objetivo obsesivamente dominante, como lo ha sido para el Rector Gala (que ha sido, por tanto, un buen gerente de mis planes) la rehabilitación arquitectónica y la constitución de patrimonio sin fin específico, por dos razones: 1) Hemos constituido una base de "piedra" que ahora hay que rentabilizar invirtiendo en capital humano, equipos de investigación, docencia y gestión, Y NECESITAMOS DEDICAR A ELLO DURANTE LOS PRÓXIMOS AÑOS NUESTRAS ENERGÍAS Y NUESTRAS ILUSIONES. De éstas vendrá el dinero, entre otras cosas también para edificios, cuando la actividad a llevar a cabo lo haga manifiestamente evidente. 2) La Universidad ya no está tan "sola" en la ciudad como lo estaba en los años 80 como vehículo, justificación y argumento para recuperar nuestro rico patrimonio histórico. Nadie puede poner en duda que "solamente la Universidad" tenía entonces la oportunidad histórica de dar el empuje, para que se pusiera en práctica lo que venía soñando la ciudad desde décadas. Así lo entendimos los que gobernábamos entonces en las dos instituciones claves para ello: el Ayuntamiento y la Universidad y hubo una inteligente cesión de protagonismo del primero a la segunda, que honra a las personas que lo regían. Pero hoy día las cosas son muy diferentes: El Ayuntamiento y toda la administración local adjunta al mismo, tienen una impronta, capacidad política y de gestión en este aspecto, que le permite estar el "paso por delante" en el que en su día estuvo la Universidad. Me han gustado unas palabras que he escuchado del Alcalde Peinado (por otra parte tan conocedor como yo de la Universidad y de aquellos años de protagonismo rehabilitador de la misma) quien, en un reportaje de la Televisión, ha dicho "Alcalá ha hecho un gran esfuerzo de rehabilitación y ahora necesita hacerlo más de revitalización", pues a esa "revitalización" de la ciudad es a la que ahora debe contribuir la Universidad: Ahora tiene que llenar de actividad, gente y calidad sus edificios universitarios. Este es nuestro papel AHORA, este es nuestro gran servicio AHORA a la ciudad. Debemos terminar, lógicamente, lo emprendido pero no estamos en condiciones, en estos momentos de apertura de la competitividad universitaria, de gastar muchas energías en ser planificadores urbanísticos ni en que en el Rector sea el "Guía turístico de lujo" de la ciudad, pues el tiempo nos apremia para concentrarnos en el capital humano y en la búsqueda, con él, de la excelencia. Nuestra ciudad nos lo reclama y lo comprende. Es el momento de ir con el Ayuntamiento en el urbanismo, ayudando lealmente, pero "un paso detrás de él". Volver al principio del texto Volver al principio de la página |
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