Docencia e Investigación cisne.gif (2967 bytes)
Arriba Vivat Academia Índice Nros. Anteriores Índices Históricos

ISSN: 1575-2844

Revista Vivat Academia. Febrero 2009

  Año XI. Nº 102

linea.gif (922 bytes)

Diciembre 2008 - Enero 2009. Nº 101

Contenido de esta sección:

Relatos económicos (Segunda Parte) (Deirdre N. McCloskey. Traducción española: Carlos Díaz Gómez)

Relatos económicos (Segunda Parte)

Deirdre N. McCloskey

Traducción española: Carlos Díaz Gómez

Es antes que nada la teoría del leer que los científicos sostienen lo que les permite discrepar, y de tan mala manera. La excesivamente sencilla teoría del leer oficialmente adoptada por los economistas y otros científicos es que los textos científicos son transparentes, un asunto de "mera comunicación", de "simple estilo", de "redactar" sin más los "resultados teóricos" y los "descubrimientos empíricos". Si el leer está tan exento de dificultades, entonces naturalmente sólo cabe achacar el hecho de que nuestros lectores no se avengan a nuestro parecer a su mala voluntad o a su falta de luces. (Dejemos a un lado la siquiera remota posibilidad de que seamos nosotros los cortos de entendimiento.) Está ahí blanco y en botella. No seas melón.

Una mejor teoría del leer, una que admitiese que la prosa científica como la prosa literaria es complicada y alusiva, basada en una retórica más rica que la mera demostración, podría mitigar esa mala manera de discrepar. La mejor teoría es, después de todo, la que un buen profesor usa con sus alumnos. Ella sabe bien que el texto no es transparente para los alumnos, y no se enfada cuando lo malentienden. Del mismo modo Dios no se enfada cuando Sus alumnos malentienden Su texto. De hecho, al igual que los científicos y los académicos, Dios escribe oscuramente a fin de enredarnos. Como ha notado Gerald Bruns, para San Agustín la oscuridad de la Biblia tenía "una función pragmática en el arte de ganarse a una alienada y hasta desdeñosa audiencia" (Bruns 1984: 157). Cita un comentario de San Agustín sobre la dificultad de la Biblia que muy bien podría serlo sobre la última de las demostraciones de la economía matemática: "Yo no dudo de que esta situación fuese provista por Dios para que sólo mediante el trabajo pudiese alcanzarse la honra y para combatir el desdén de nuestras mentes, de modo que aquellas cosas que se descubren fácilmente con frecuencia no parecen sino vanas."

Una de las causas del desacuerdo procede entonces de una ingenua teoría del leer, la teoría que preguntaría ingenuamente por el "mensaje" de un poema, como si los poemas fuesen adivinanzas en verso. Otra fuente de desacuerdo lo es también en el ámbito literario: el apelmazamiento, la falta de un mensaje explícito. Esto es en parte económico. De tener todo el tiempo del mundo, la escritora podría expresar todo explícitamente. En un mundo de escasez, sin embargo, no puede. Mas con ser algo explícito no se garantiza el acuerdo sobre ello, puesto que si el escritor tiene todo el tiempo del mundo el lector no. Yo no puedo escuchar todo el tiempo que sería preciso para entender a algunos de mis amigos marxistas (si bien les pido que lo sigan intentando). Análogamente, en economía el matemático tiene cuando expone un estilo basado en ser explícito y en un valor cero del tiempo. Todo estará claro, promete resueltamente, si los lectores prestan a los axiomas la debida y necesaria atención. El tedio invade a los lectores. No pueden recordar todos los axiomas y en todo caso no ven por qué tendría uno que ponerlos en cuestión. Carecen de la tolerancia que el matemático tiene hacia ese discurso.

El asunto entraña algo más que la escasez económica del espacio de la revista y del tiempo de esparcimiento para leer. Entraña la antropología de la ciencia, las costumbres de sus habitantes y su capacidad para leer un idioma. Una científico convencida de lo que escribe ha de proceder de un cierto ambiente, tener un idioma. A menos que su lector conozca aproximadamente su mismo idioma –esto es, a menos que haya sido educado en aproximadamente la misma conversación– malentenderá lo que se le dice y no resultará persuadido. Esto es un fallo imperdonable sólo si es un fallo imperdonable no ser, digamos, javanés o francés. El lector viene de otra cultura, con otra lengua. La formación en lectura de la lengua inglesa que un doctorado en filología inglesa procura o la formación en lectura de textos económicos que un doctorado en economía procura forman al estudiante para la lectura rápida, para poner lo que falta, para rellenar los huecos.

Una tercera y última fuente de desacuerdo en literatura y en economía, más allá de la ingenua teoría del leer y de las limitaciones para entender una lengua extranjera, es la incapacidad del lector para asumir el punto de vista que el autor demanda. Un poema estúpidamente sentimental produce en el lector el mismo efecto de irritación que un pasaje económico estúpidamente libertario. El lector se niega a entrar en el mundo imaginativo del autor, o no es capaz de hacerlo. Un crítico literario dijo: "Un mal libro es, entonces, aquél en cuyo hipotético lector descubrimos a una persona en que no nos queremos convertir en ningún caso, una máscara que nos negamos a ponernos, un papel que no estamos dispuestos a representar" (Gibson 1950: 5). El lector por lo tanto leerá naturalmente mal el texto, al menos en el sentido de violar las intenciones del autor. No nos sometemos a las intenciones del autor de una tarjeta de felicitación mal hecha. En una novela bien hecha o en un papel científico bien hecho aceptamos someternos a las intenciones del autor, siempre y cuando seamos capaces de adivinarlas. Todo el juego en una ciencia como la biología o la química o la economía consiste en evocar esta sumisión a las intenciones del autor. Linus Pauling suscita atención, y sus lectores se someten a sus intenciones, al menos fuera de la vitamina C; lo mismo cabe decir de Paul Samuelson, al menos fuera de la política monetaria.

pauling.jpg (20695 bytes)

Samuelson.jpg (19213 bytes)

Linus Pauling

Paul Samuelson

El argumento puede llevarse más allá. Un economista que expone un resultado crea tanto una "audiencia del autor" (un imaginado grupo de lectores que saben que se trata sólo de ficción) como una "audiencia narrativa" (un imaginado grupo que no lo sabe). Como explica Peter Rabinowitz (Rabinowitz 1980: 245), «la audiencia narrativa de "Ricitos de Oro" cree en los osos que hablan»; la audiencia del autor sabe que es ficción. La escisión entre las dos audiencias creadas por el autor parece más débil en la ciencia económica que en la ficción explícita, probablemente porque todos sabemos que los osos no hablan pero no todos sabemos que la productividad marginal es una metáfora. En ciencia, la "audiencia narrativa" se engaña, como en "Ricitos de Oro". Pero la audiencia del autor se engaña también (al igual que suele suceder con la audiencia literal, los efectivos lectores en cuanto que distintos de los lectores ideales cuya existencia desearía el autor). Michael Mulkay (1985) ha demostrado cuán importante es la elección de una audiencia del autor en la correspondencia académica entre bioquímicos. Los bioquímicos, al igual que otros científicos y académicos, no son muy conscientes de sus recursos literarios, y se muestran aturdidos y enfadados cuando su audiencia se niega a creer en osos que hablan. A nadie se le oculta que los científicos y los académicos discrepan, incluso cuando su retórica de "lo que dicen los hechos" parecería desterrar sin remedio cualquier desacuerdo.

Volver al principio del artículo            Volver al principio
linea.gif (922 bytes)
Vivat Academia, revista del "Grupo de Reflexión de la Universidad de Alcalá" (GRUA).
REDACCIÓN
Tus preguntas y comentarios sobre este Web dirígelos a vivatacademia@uah.es
Copyright © 1999 Vivat Academia. ISSN: 1575-2844.  Año XI. Nº 102. Febrero 2009.
Creative Commons License attrib.gif (1552 bytes) sa.gif (396 bytes) nc.gif (1017 bytes)

AVISO LEGAL

Última modificación: 15-01-2009