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ISSN: 1575-2844

Revista Vivat Academia. Febrero 2009

  Año XI. Nº 102

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Diciembre 2008 - Enero 2009. Nº 101

LAS FRASES DEL MES:

Lo contrario a la razón es también contrario a la verdad cierta e indispensable, mientras que lo superior a la razón es contrario tan sólo a nuestro modo de ver las cosas.

Gottfied W. Leibnitz

Cada cual sabe dónde le aprieta el zapato.

Miguel de Cervantes

Ensalada de verdades crudas

Ni boloñesa, ni carbonara, ni a la marinera, la Universidad española está tan descompuesta que, por mucho que intentemos enmascarar el olor a podrido, no hay quien se la lleve a la boca.

Enunciemos los axiomas:

  1. Ningún partido político, gobernante (del pasado del presente o del futuro) o condenado a permanecer en la oposición, está interesado en la mejora de la enseñanza superior.
  2. Una gran mayoría de los estudiantes universitarios, presentes o futuros, están aún menos interesados en la mejora de la Universidad. Su interés se centra en pasar el tiempo con el mayor grado de diversión posible y obtener el título, mejor si es en forma de regalo. Aprender no entra en sus prioridades, al fin y al cabo cuesta demasiado esfuerzo.
  3. Una buena parte del profesorado, convencido de que lo de importante no es enseñar y hacerlo bien, sino engordar su currículum investigador –cualquier método para ello es válido-, no está dispuesto a perder un minuto de su tiempo en hacer méritos docentes.
  4. La sociedad, deslumbrada con la facilidad de obtener dinero, poder y fama sin esfuerzo alguno, y siendo lo más iletrado posible –al menos pareciéndolo-, ve la Universidad como una manifestación más del folclore patrio; al mismo nivel que las peñas futbolísticas, las hermandades de rocieros o las asociaciones de amigos de la capa.
  5. Las autoridades académicas, preocupadas exclusivamente por obtener el número de votos necesarios para mantenerse en sus poltronas –la democratización salvaje nos ha llevado irremisiblemente a ello-, disfrutando de los sobresueldos y reducciones docentes correspondientes, se doblegan ante las exigencias de la mayoría, sean o no razonables. Y como la notoriedad viste mucho en este país, a fin de simular que algo de tiempo dedican al cargo, aliñan sus nombramientos con alguna extravagancia adicional, lo cual les permite salir en los periódicos y los noticieros televisivos.

Echemos un vistazo a la situación actual.

La denostada reforma "a la europea" estaba en marcha desde hace más de un año; todos lo sabíamos. Varias titulaciones ya "disfrutan" de la salsa boloñesa en el presente curso y algunas, incluso, llevan varios años experimentando el sistema. Entonces, ¿a qué viene ponerse en pie de guerra hoy, cuando el proceso está tan avanzado? ¿No habría sido mejor, si en verdad es tan pernicioso, haber intentado ponerle freno en sus comienzos? ¿Quién o quiénes están orquestando la movilización estudiantil y con qué intenciones?

También podemos enumerar las incongruencias.

De todos era conocido que la reducción del número de años mínimo para obtener el grado conllevaba una privatización encubierta de la enseñanza superior, al menos de los cursos de especialización. Ya lo intentaron a finales de los ochenta y no lo consiguieron, gracias a un fracaso estrepitoso. Los master –los de buena calidad, por supuesto, los otros, los localistas, que se impartirán por toda la geografía nacional como buñuelos llenos de viento, no merecerán la pena- costarán un ojo de la cara y parte del otro y, si un estudiante quiere tener la formación adecuada, no tendrá más remedio que acudir a los créditos bancarios personales, si se los conceden, claro está, para conseguir los académicos.

Mencionemos una de las mayores incongruencias. Era una exigencia generalizada entre los estudiantes el tener menos clases y que su trabajo fuera de los horarios presenciales se valorara como parte fundamental de su rendimiento. Eso intenta hacer la reforma, en principio. Mas, como era de suponer, se han dado cuenta de que es peor el remedio que la enfermedad, pues ello significa trabajar en casa, pero de verdad, no simulando –engañando a papá y mamá, mientras se juega a la Play, o yéndose de marcha con el pretexto de "estudiar en la biblioteca, pues en casa no hay quien lo haga"-, y eso cuesta mucho más de lo que parecía. Por ello, ahora piden todo lo contrario, y desean volver al sistema tradicional, ese que les permite hincar los codos escasamente un mes antes del examen final.

Desde hace unos años, tanto los llamados agentes sociales como los propios estudiantes –y algún que otro profesor y autoridad académica- han clamado por convertir la enseñanza universitaria en enseñanza profesional de nivel más o menos alto. "La Universidad no prepara para el ejercicio de las diferentes profesiones", decían. Todos los que, en mayor o menor medida, formamos parte del tejido universitario hemos caído en la trampa y hemos aceptado esta imposición. ¿Por qué ahora, una de las peticiones prioritarias de los que se oponen al proceso de bolonización es precisamente la contraria? En la asamblea de asambleas celebrada estos días en Valencia, se decía: "Es inadmisible convertir la enseñanza universitaria en el mero desarrollo de habilidades técnicas, cuando su misión es la formación integral y la difusión del conocimiento". Ciertamente, lo importante es estar siempre en contra de lo propuesto, sea bueno o malo. (Conste que nosotros comulgamos con esta última opción, lo hemos dicho hasta la saciedad en estas mismas páginas, la Universidad no debe ser un centro de formación profesional).

Por otra parte, el profesorado, en su mayoría, no está preparado para acomodar las cantidades de información dadas antaño a los alumnos a los nuevos horarios. Cambiar información por formación fundamental y directrices de estudio es muy costoso y requiere un alto grado de experiencia y dedicación; ya lo mencionamos más arriba, lo importante es el tiempo dedicado a engordar el currículum investigador.

Como es habitual, en toda reforma educativa española, y ésta, nacida en plena crisis económica se va a llevar la peor parte, faltará lo fundamental: el consiguiente y consecuente presupuesto. Por un lado, las universidades españolas se han dedicado a contratar profesorado nuevo para aumentar el número de titulaciones, prometiendo, hasta por lo más sagrado, que ello no conllevaba ampliación del gasto. ¿De dónde ha salido entonces el dinero de las nóminas? Pues del incremento de las horas de dedicación del profesorado de las titulaciones clásicas, por el simple método de no adecuar las plantillas a las necesidades docentes. Por consiguiente, nos encontramos con plantillas numerosas no aptas, ni para reducir el número de titulaciones, pues son irrecuperables; a modo de ejemplo, mal podemos convertir a un profesor de informática –titulación, por cierto, no contemplada en los cánones europeos- en profesor de prácticas de química inorgánica. Por otro lado, la conversión de las horas de clases magistrales en horas de clases prácticas tuteladas exige la reducción drástica del número de alumnos por grupo, es decir, una ampliación del profesorado, y eso, en España, por supuesto, no será una realidad, ni a corto, ni a medio, ni a largo plazo, aunque nademos en la abundancia.

Además, el día a día nos descubre que la falta de esfuerzo en los estudiantes imposibilita la implantación de los nuevos métodos, aunque obviemos nuestra falta de experiencia para conseguirlo. La elección es obvia, la misma información pero más aprisa, a fin de cumplir con los objetivos de los programas. El fracaso asegurado.

Y para terminar, la improvisación hispana.

Todas las Ciencias, sin excepción, trabajan con modelos, más o menos válidos según la experiencia va demostrando su adecuación a los comportamientos de la Naturaleza. La comprobación de la validez es normalmente rápida en las Ciencias que pueden experimentar en laboratorios, pero las Ciencias sociales sólo disponen del laboratorio natural, es decir, la propia sociedad. Como consecuencia, la verificación de los modelos es muy lenta y onerosa. En un año podemos tener muchas generaciones de mosca de la fruta, y observar su comportamiento bajo el cambio de múltiples variables incidentales. Las generaciones humanas duran lo que duran y la introducción de interacciones ajenas al sentido común sólo puede llevar a conclusiones erróneas, catástrofes e injusticias. Pues bien, todo un ejército de pedagogos, psicólogos, psicopedagogos, didácticos y demás seudocientíficos han decido, a lo largo de las últimas décadas, poner en práctica modelos de enseñanza pensados, cuando no improvisados, en un despacho. Y eso en el mejor de los casos, pues lo normal es importarlos de otros países, cuando en ellos ya han fracasado rotundamente; no obstante, por aquello de la novedad, aquí son capaces de colárselos a los políticos de turno. En definitiva, ¿Quién recupera después el daño hecho a las generaciones sufridoras del experimento?

Finalicemos de forma optimista.

Dada la inercia de la universidad española, todos estos cambios y reformas son meramente anecdóticos, la realidad seguirá siendo la misma. Cuando los estudiantes protesten porque los resultados son muy negativos (los trabajos de casa no han sido entregados o han sido copiados de compañeros que han trabajado, –los únicos capaces de trabajar con cualquier método, cualquier profesor y cualquier tipo de enseñanza), las autoridades académicas relajarán las normas, se volverá al examen final y, como el fracaso escolar está muy mal visto, se bajará el nivel convenientemente para que el número de suspensos sea aceptable, y todos tan contentos. Lo que no tiene remedio es la frustración de los pocos profesores vocacionales –haberlos, haylos-, esos a los que les importa un bledo engordar el currículum investigador para restregarles a los compañeros por el rostro el sexenio nuevo conseguido, esos dedicados en vida y alma a intentar formar a los universitarios lo mejor que saben y pueden. A ellos siempre les quedará el psiquiátrico.

LA REDACCIÓN

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Vivat Academia, revista del "Grupo de Reflexión de la Universidad de Alcalá" (GRUA).
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Última modificación: 15-01-2009